viernes, 8 de diciembre de 2006

LA VERDAD ESTÁ AHÍ FUERA

A finales de la década de 1990, mientras asistía al instituto en uno de los barrios más marginales de Madrid, y empezaba a cursar 2º de B.U.P, el Huracán Mitch asoló Nicaragua y Honduras dejando a su paso más de 15000 muertos y millones de dólares en pérdidas materiales. Todos recordamos aquello. Las imágenes de las inundaciones en el telediario. El pavor de los damnificados.

Un día de aquella semana, en el vestíbulo de mi instituto, tres chicas, entre ellas la que más tarde se convertiría en mi seminovia regular durante más de dos años, colocaron una mesa donde las tres solicitaban donaciones para las víctimas del Mitch. La gente se volcó y lo que iba a ser una colecta de un día se convirtió en toda una semana durante la cual profesores, alumnos, padres de alumnos y vecinos del barrio se acercaron repetidas veces a hacer sus donaciones. La cantidad, si la memoria no me falla, ascendió a unas cuatrocientasmil de las pesetas de antes, en un barrio obrero, vallecas, donde el dinero no abunda.

Ignoro lo que se pudo haber conseguido con ese dinero. Probablemente muy poco, pero estoy seguro de que pudo aplacar el hambre de decenas de personas durante varios días o incluso semanas. Sin embargo, nuestra ayuda no fue la única. Algo similar había ocurrido en cientos de lugares, miles tal vez, de España y todo el mundo.

Lo que aprendí de todo esto, fue que la unión hace la fuerza, y que en la naturaleza del hombre está los ingredientes necesarios para obrar con generosidad y misericordia. Hoy, tengo 24 años y siento el irrefrenable impulso de provocar un cambio profundo en la cara de la sociedad. Para ello sólo necesito apelar a esos dos conceptos, que de cuando en cuando, afloran en los hombres para posibilitar la construcción de algo bello.

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